Mi
reflejo en la oscuridad
Por
Yulianna Vicente
Me encontraba en el parque donde por última vez había
caminado. Estaba fundido de oscuridad con unos pocos destellos de luz. Al
parecer, era como si el tiempo se hubiera detenido. Las flores, los árboles…
todo se veía muerto, tal si una tormenta llena de furia y sin más hubiera
arrasado con lo que quedaba en ese lugar que alguna vez fue un dulce sueño…
pero ahora era una simple pesadilla.
Caminé esos pasajes que vestían de una alfombra roja; un
rojo de lo único que podría ser, sangre. Sangre, tan fresca como la de una
recién cortada. Mis pies, cuales estaban descalzos, se pintaban con el color
que yacía en suelo frío y sin más pedir, se sentían cansados, tal como si
hubiera corrido un maratón por días y días.
Miraba a cada lado con esperanza de encontrar a alguien,
pero era un intento fallido, ya que no había señal de vida. Aunque no encontré
un alma perdida, visualicé a lo lejos un espejo desgastado y tan viejo como el
silencioso tiempo. Me miré en él; tenía la ropa desgastada y manchada con
sangre. Mi apariencia era una cansada y olvidada, al igual que la felicidad que
algún día tuve. Mis ojos estaban rojos...rojos por noches de desvela, por los
recursos tormentosos, por el simple echo de que la verdad estaba en frente de
mí.
Mi mirada cayó al suelo al igual que mis lágrimas. Mis
sollozos era lo único que se escuchaba en ese escaso momento. Tenía tantas
ganas...tantas deseables ganas de gritar...gritar hasta olvidarme de quién era.
Caí al suelo por mis fallidas piernas, ahora que parecían ser sido rasgadas por
las garras de las memorias. Sentía las cicatrices del pasado. Sentía como todo me fallaba.
Hasta que escuché una voz gritarme.
¡NO!
¡NO DEJES QUE LA OSCURIDAD TE
CONSUMA!
Dejé de mirar el suelo y fijé mis ojos al espejo, su
reflejo estaba allí. Sus ojos con incontables lágrimas, pero sonreía. Mis
palabras se esparcieron en mí mente confusa, al ver la persona que fui en un
ayer, la que siempre prometió estar a mi lado. La presencia de ella, era como
la presencia de un ángel, me calmaba por completo.
—
…¿qué me pasa? ¿Qué es esto?
—
Solo es un sueño, Luna.
—
No lo es... siento que…alguien me dice que no lo es. — pausé
mi hablar. — Dime, ¿qué sucede
en realidad?
—
Ignora esa voz, te repito es solamente un sueño.
—
No es un sueño, te lo digo, no lo es. —dije
desesperadamente. — ¡¿Dime qué sucede ya?!
—
No me ruegues, por favor. No te lo puedo decir, aunque
quiera…solo te puedo decir que seas fuerte. . . — la interrumpí.
—
¡¿Fuerte?! Fuerte, ya no está en mi vocabulario. No lo
está, ya no está. ¡No sé quién soy en este mundo!
Cómo quiere que sea fuerte cuando no doy para más. No sé
quien soy, no reconozco mi ser en aquel mundo. He ganado poco y he perdido
mucho. Entre acciones y palabras, mi sanidad se despide mientras que mi locura
engrandece…en fin, mi cordura, ya no existe.
—
Es tan difícil.
—
Tú puedes.
—
¿Cómo?
—
Debo irme ahora, Luna. — Dijo y vi como lentamente su
figura desaparecía.
—
¡¿Cómo?!
No recibí respuesta alguna. Me dejó con miles de dudas y… se fue.
—
¡¿CÓMO?!... ¿cómo?
— Grité al espejo mientras lo tiraba al suelo, este rompiéndose en pequeños
pedazos. Mi furia causaba que mis lágrimas se derramaban como si fueran una
cascada.
Sé que no volvería por más que rogara. Simplemente, porque no quería darme
una simple respuesta, y además, había roto la única manera de comunicarnos.
Con esas razones, tomé por decisión irme y corrí hasta que vi la entrada,
pero cada vez que sentía que estaba cerca, esta se alejaba.
Creí llegar al final pero caí...en
un hoyo hondo. Traté de agarrarme pero no había nadie ni nada con que
sostenerme…haciendo que el intento de detener mi caída fuera en vano. Todo
parecía moverse de nuevo como si el tiempo se hubiera descongelado y el
paisaje, que una vez representaba una película de terror ahora parecía sacado
del mismísimo cielo.
Se me hacía difícil concentrar mi vista, ya que la
oscuridad la nublaba. Era como si el hoyo fuera mi propio infierno que con mis
actos cavé. De ser así, no hice más que dejarme llevar. Total era lo único que
podía hacer, pues ya había perdido todo, hasta mi propio reflejo.
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